"A veces pasaba un día entero sin pensar en él ni echarlo de menos. ¿Y por qué no? Llevaba una vida bastante plena, y además, a menudo, había sido un hombre difícil de tratar. Un auténtico proyecto, como habría dicho su padre. Pero a veces llegaba un día, un día gris (o soleado) en que lo echaba de menos con tanta intensidad que se sentía vacía, dejaba de ser mujer para convertirse en un árbol hueco y atenazado por el frío de noviembre. Así se sentía en aquel instante, con ganas de gritar su nombre para traerlo a casa, y su corazón se encogió ante la perspectiva de los años que tenía por delante, y se dijo que el amor no merecía la pena si el precio era sentirse así, aunque solo fuera durante diez segundos".
Stephen King, La historia de Lisey