Saturday, January 06, 2007



"Cuando hacemos sonar el teléfono de un pequeño apartamento al otro lado del mundo (atravesando mares ignotos, avenidas y vías ferroviarias, paisajes medievales y sobre todo mucha basura) y nadie contesta, las posibilidades se abren como la herida de siempre en la ceja del boxeador. Quizá del otro lado no hay nadie o alguien que está muy cansada y duerme a pierna suelta, o tiene frágil la memoria, o simplemente mintió. De este lado las dudas flotan mientras el timbre ataca la habitación irreal como un gato a su sombra. Se trata de una situación límite entre dos artefactos y el mundo. ¿Qué hazaña puede intentar un pequeño ser atrapado en la transparente cabina? Todo se queda allí, amontonado y expuesto. Todo se ha ido menos una delgada sed que huele a ella. Cada acto se repite ahora mientras el timbre se hace lejano como el zumbido de un insecto en la noche infinita. Es un adiós frío, sin imágenes, no puedo atisbar los objetos ni la blanca piel de los muslos en la habitación invisible.
Nadie ha caído en cuenta, ninguna hoja se estremece en su árbol, ninguna gota se precipita al vacío. Nadie intenta imaginarse, sólo ocupan su lugar en el autobús y piensan en sus propios líos. La luz nace de la mojada autopista y se refleja en los bordes del puente. Mi dolor es seco e infame, ignorado como el Mal Ladrón por Cristo, aunque las piedras se deshagan contra mi piel y los muertos sonrían a mi paso".


Efraim Medina Reyes, Donde duermen las moscas

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