Monday, August 14, 2006


No nos equivoquemos sobre este punto.
Las niñas marimachas, chinvaronas, tom-boys
--como se diga--que juegan sólo con muchachos, beisbol de lustradores
trepadoras de rodillas raspadas,
con cicatriz visible y permanente en la ceja izquierda
impresa contra el filo de la piedra
de la poza absoluta de la infancia;
son sensibles, intensas bajo sus overoles,
y despliegan más tarde mamalias adorables
y hacen hombre al hombre porque lo trataron
desde niñas y se lo saben desde dentro,
y ya adultas le amortiguan todo lo que
es demasiado duro, pulido e hiriente
como ebanistería enemiga.

Pero las otras, mujercitas, little-woman, damitas
--como se diga--
que juegan con muñecas y bordan y cocinan de mentira,
son más tarde mezquinas económas que esconden senos
ínfimos, metálicos y devienen
espeluznantes cónyuges, paridoras de futuros
misóginos, como aquel desdichado que menciona
el doctor Robert Burton en Anatomy of Melancholy,
que no salía nunca, y cuando en su alta alcoba alzaba los visillos,
asomándose al tumulto de Londres,
si divisaba apenas una sombrilla o un talle,
rompía a vomitar.

Carlos Martínez Rivas, Tom Boy and Little Women

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